La siguiente reflexión sobre el trabajo autónomo es
tomada del Manual de la implementación de
la Escuela Nueva (Ministerio Educación Nacional República de Colombia): Enseñar a pensar autónomamente significa
que en las distintas actividades e interacciones que tiene el estudiante,
aprenda a pensar por propia cuenta. La interacción pedagógica que lidera el
docente debe contribuir a que el estudiante vaya aprendiendo a tomar sus propias
decisiones, y esto se logra si este tiene la oportunidad de “descentrarse”, es
decir, dejar el punto de vista subjetivo para colocarse en un lugar universal.
En el camino de construcción de autonomía es importante
la confrontación de ideas entre compañeros y el docente para proponer distintas
alternativas de solución a problemas cognitivos, éticos y, en general, a
situaciones de la vida cotidiana. La formación del pensamiento autónomo requiere
del diálogo con el otro, ya sea compañero o docente, y, en este proceso, a
medida que los estudiantes van madurando su pensamiento, adquieren la capacidad
para colocarse en el lugar del otro y, de esta manera, entender sus razones.
Lo anterior explica muy bien la importancia de un
ambiente de aprendizaje donde se permita la comunicación entre los distintos
actores que se encuentran en el aula de clase.
En la construcción de autonomía resulta fundamental el
desarrollo de las competencias comunicativas, especialmente, enseñar a escuchar
a los demás y a exponer el propio pensamiento.
Como docentes, la acción de proponer preguntas resulta
ser una de las estrategias más convenientes, pues, con ellas, se contribuye a que
el estudiante se motive a aprender algo nuevo, algo que quizás no había tenido
la oportunidad de pensar o, al contrario, de ratificar que sus respuestas
anticipadas eran las correctas. El docente debe desarrollar la habilidad para
formular la pregunta adecuada de acuerdo con la edad y grado en que se
encuentra el estudiante.
Preguntar es abrir posibilidades, toda vez que con ello
se amplía el horizonte simbólico de los estudiantes, es decir, se desarrollan
nuevas referencias (palabras y símbolos) con las cuales pueden interpretar
las realidades sociales y naturales en las que se encuentran inmersos, y llegar
a proponer la creación de otros mundos posibles.
Otro componente
indispensable en la creación de un ambiente educativo para la formación de la
autonomía consiste en realizar acciones comunicativas favorables para que los
estudiantes comprendan que el aprendizaje no es lo que acontece exclusivamente
en el salón de clase (Duarte, 2010), sino que fuera de la escuela se encuentran
diversos escenarios para el desarrollo de sus competencias. Proponer actividades
que trasciendan el aula de clase contribuye a que los estudiantes le encuentren
sentido a los conocimientos que allí se trabajan. Las actividades que vinculan
la vida escolar y la vida fuera de la institución educativa crean un clima que
motiva a los estudiantes a aprender, pues entienden que el conocimiento y el
desarrollo de habilidades y valores les sirven para orientarse y desempeñarse en
la cotidianeidad.
El trabajo autónomo
tiene como finalidad que los estudiantes se reconozcan como seres únicos e
irrepetibles, con las competencias para fijarse sus propias metas, entender las
estrategias para aprender, responder por los compromisos adquiridos y, lo más
importante, ir construyendo un sentido para la vida.
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