Por Carlos Monereo,
Revista Aula de
Innovación, No. 100. Marzo 2001
Qué
dicen los maestros: «Mucha
autonomía, mucho pensamiento y mucha reflexión! pero nosotros hemos de enseñar
básicamente los contenidos de nuestra disciplina, que es, en definitiva, para
lo que nos pagan!».
«A
mi me enseñaron química (física, historia, matemáticas ...); no estoy formado
para enseñar estrategias de pensamiento y cosas de esas ... ! Eso, ¡los
psicólogos!».
«Además
de prevención de enfermedades de transmisión sexual, actuaciones frente a las
conductas violentas, frente al sexismo, frente al racismo, frente a las drogas,
ante la erosión de los valores democráticos.... ¿ahora también debemos enseñar
estrategias? ¿En qué espacio de tiempo? ¿En qué asignaturas?
«No
es bueno cambiar la forma personal de trabajar de los alumnos, se deben
respetar las estrategias que tiene cada estudiante para aprender».
«Yo
ya les pongo trabajo para casa, para que así aprendan a espabilarse».
«Cada
vez que realizan un experimento o desarrollan una pequeña investigación, ya
están asimilando estrategias para aprender».
Estas
seis afirmaciones describen de manera rotunda algunas de las principales
resistencias, prejuicios y concepciones que pueden aparecer cuando se plantea a
algunos profesores la necesidad de lograr que sus estudiantes sean más
autónomos aprendiendo, es decir, que adquieran estrategias que les permitan
regular su propio aprendizaje.
El argumento de análisis que
sitúa la enseñanza de estrategias es el siguiente:
En
un siglo que se ha definido como el de la «sociedad del conocimiento, caracterizado
por la saturación informativa que obliga al aprendiz a seleccionar únicamente
lo relevante, la caducidad de la información que demanda un constante esfuerzo
de actualización, la continua intoxicación informativa a la que estamos
sometidos que requiere de aprendices perspicaces y críticos, y la exigencia de
comprender y utilizar los múltiples lenguajes que imponen los nuevos sistemas
de transmisión digital (textuales, gráficos, audiovisuales, animados y pronto
también sensoriales e incluso cinestésicos), convierten en acuciante la
necesidad de adquirir procedimientos para buscar, seleccionar y elaborar la
información con el fin de transformarla en conocimiento útil, preparado para
ser empleado en el momento que lo precisemos.
Tanto
es así, que deberíamos empezar a plantearnos con urgencia la posibilidad de
articular nuestros currícula sobre la base de los procedimientos y estrategias
de aprendizaje, que tienen mucha más vigencia, y reducir los contenidos de tipo
conceptual a aquellos que resultan más permanentes e interdisciplinares, como,
por ejemplo, los conceptos de sistema, representación, energía, interacción,
etc.
Cualquier
profesor ha tenido la experiencia de actuar como «aprendiz de su materia» y ha
debido poner en juego sus propias habilidades y métodos de aprendizaje para
superar con éxito su estudio, posteriormente, ha tenido que realizar un
esfuerzo de transposición didáctica para convertir sus conocimientos sobre los
contenidos en información válida, susceptible de transformarse en conocimiento
para sus estudiantes. Esta trayectoria personal en calidad de, primero,
aprendiz, y después enseñante de una materia, ya capacitarían a cualquier
docente para orientar a los estudiantes.
Pero,
si aún resultara insuficiente, no hemos de olvidar que a través de cómo se
representan los estudiantes nuestro nivel de exigencia, nuestras preferencias,
la forma de presentar los contenidos, el tipo de discurso que empleamos en
clase, el tipo de preguntas que realizamos y la forma como respondemos a las
cuestiones planteadas por los alumnos, éstos infieren, con mayor o menor
acierto, si al estudiar esa asignatura deberán repetir, relacionar, opinar,
aplicar, in- ventar, cte.
Dicho
de otro modo: el profesor siempre induce, directa o indirectamente, a que los
estudiantes pongan en juego un conjunto de habilidades mentales que les
permitan sacar adelante la asignatura; ¿por qué no hacerlo de una manera más
consciente y sistemática?
Enseñar
al estudiante a reflexionar sobre la manera como aprende nuestra materia y la
forma como podría seguir aprendiendo más y mejor, no tiene por qué suponer un
espacio de tiempo extra, ni la introducción de nuevas asignaturas en nuestro ya
abigarrado currículum.
……………los
estudiantes han desarrollado, desde la más tierna infancia, formas de
aprendizaje propias para enfrentarse a la necesidad de adquirir y gestionar
conocimiento. Sin embargo, la mayor parte de esas maneras de proceder (copia,
repetición, ensayo-error) no pueden considerarse «estrategias» en el sentido de
que no suelen ser conscientes y, a menudo, ni siquiera intencionalmente utilizadas
para cumplimentar alguna demanda.
………….es
posible que el estudiante cuente con estrategias, pero que éstas sean
inadecuadas o demasiado simples. Existen un buen número de problemas para los
que hay un limitado número de estrategias eficaces, y estas estrategias deben
enseñarse, únicamente en aquellos casos en que existan múltiples formas de
solucionar un problema complejo y abierto, todas ellas igualmente válidas, podemos
estimular a que los estudiantes empleen sus propias estrategias o pongan en
práctica las que proponen sus compañeros.
…………este
milenio requiere ser estratégico y autónomo aprendiendo, será una competencia,
no sólo deseable, sino imprescindible para sobrevivir en una sociedad definida
por cambios convulsos, en gran medida, imprevisibles; el deseo es que todos los centros traten de
articular, en la medida de sus posibilidades, respuestas a este reto; sus
estudiantes, los ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI se lo agradecerán.
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