Las estrategias de aprendizaje, según Weinstein y
Mayer (1986 p. 315), pueden definirse como “conductas y pensamientos que un
aprendiz utiliza durante el aprendizaje con la intención de influir en su proceso
de codificación”. Para Danserau (1985) y Nisbet y Schucksmith (1987), las
estrategias constituyen secuencias integradas de procedimientos o actividades
que se eligen con el propósito de facilitar la adquisición, almacenamiento y/o
utilización de la información.
Por su parte, otros autores como Beltrán, García - Alcaniz,
Moraleda, Calleja y Santuiste (1987) las definen como actividades u operaciones
mentales que se emplean para facilitar el conocimiento. Ellos les añaden dos
características: que sean directa o indirectamente manipulables y que tengan un
carácter intencional o propósito.
Otro notable autor, Monereo (1994), concilia de manera
muy acertada las ideas anteriores, al referirse a las estrategias, las define como
procesos de toma de decisiones (conscientes e intencionales) en las cuales el
estudiante elige y recupera, de manera coordinada, los conocimientos que necesita
para cumplimentar una determinada demanda u objetivo, en dependencia de las
características de la situación educativa en que se produce la acción.
Tomando como base estas ideas referidas, podemos
afirmar que los autores más representativos en este campo coinciden en resaltar
algunos elementos básicos del concepto de estrategias de aprendizaje: que
implican una secuencia de actividades, operaciones o planes dirigidos a la
consecución de metas de aprendizaje y que tienen un carácter consciente e
intencional en el que se implican procesos de toma de decisiones por el
estudiante ajustadas al objetivo que pretende alcanzar. Para Beltrán (1993) las
definiciones expuestas resaltan dos aspectos importantes al establecer el
concepto de estrategias: actividades u operaciones mentales que realiza el
estudiante para mejorar el aprendizaje y el carácter intencional que implican
un plan de acción.
A modo de resumen, puede verse que los rasgos
esenciales que aparecen en la mayor parte de las definiciones sobre estrategias
es que son acciones que parten de la iniciativa del estudiante, que están constituidas
por una secuencia de actividades, que son controladas por el sujeto que aprende
y que son, generalmente, deliberadas y planificadas por el propio estudiante.
Alicia Camilloni (1998: 186) plantea que:
(...) es indispensable, para el docente, poner atención
no sólo en los temas que han de integrar los programas y que deben ser tratados
en clase sino también y, simultáneamente, en la manera en que se puede
considerar más conveniente que dichos temas sean trabajados por los estudiantes.
La relación entre temas y forma de abordarlos es tan fuerte que se puede
sostener que ambos, temas y estrategias de tratamiento didáctico, son imprescindibles.
Se puede afirmar
que las estrategias de enseñanza que un docente elige y utiliza inciden en:
· los contenidos
que media a los estudiantes;
· el trabajo
intelectual que estos realizan;
· los hábitos
de trabajo, los valores que se ponen en juego en la situación de clase;
· el modo de
comprensión de los conocimientos sociales, históricos, científicos, artísticos,
culturales, entre otros.
Las estrategias de aprendizaje tienen dos dimensiones:
· La dimensión
reflexiva en la que el docente diseña su planificación. Esta dimensión
involucra desde el proceso de pensamiento del docente, el análisis que hace del
contenido disciplinar, la consideración de las variables situacionales en las
que tiene que mediarlo y el diseño de alternativas de acción, hasta la toma de
decisiones acerca de la propuesta de actividades que considera mejor en cada
caso.
· La dimensión
de la acción involucra la puesta en marcha de las decisiones tomadas.
Estas dos dimensiones se expresan, a su vez, en tres
momentos:
1. El momento
de la planificación en el que se anticipa la acción.
2. El momento
de la acción propiamente dicha o momento interactivo.
3. El momento
de evaluar la implementación del curso de acción elegido, en el que se
reflexiona sobre los efectos y resultados obtenidos, se retro-alimenta la
alternativa probada, y se piensan y sugieren otros modos posibles de enseñar.
Como señala Philippe Meirieu (2001: 42): "La
reflexión estratégica inicia entonces al que se libra a ella a un trabajo constante
de inventiva metacognitiva para colmar el espacio reinstaurado constantemente
entre él y el mundo".
Para ello, hay que pensar de manera estratégica cómo
vamos a interactuar con el mundo y cómo vamos a enseñar.
Pensar las estrategias de enseñanza como un proceso reflexivo
y dinámico implica adoptar una concepción espiralada. Desde esta concepción,
asumimos que el aprendizaje:
· es un
proceso que ocurre en el tiempo, pero esto no significa que sea lineal, sino
que tiene avances y retrocesos;
Toda planificación debe
adecuarse a los intereses de los estudiantes. Juega un papel importante
el interés que se logre crear por la tarea, veamos algunos conceptos de interés:
John Dewey y, antes que
él, Ovide Decroly (Besse, 2005) hablaban de los "Centros de interés de los
estudiantes" como eje organizador de las tareas y los contenidos del
aprendizaje. Para O. Decroly, los intereses se definían como "intereses
básicos de la infancia", cuyo objetivo era la satisfacción de las necesidades
básicas (alimentación, búsqueda de protección, necesidad de re-crearse, etc.).
Estos intereses eran considerados naturales, y las actividades escolares
que lograran movilizarlos iban a resultar motivadoras. En este sentido, una
actividad cuyo eje fuera un interés — en general, asociado a una de-terminada
edad — y lograra integrar contenidos disciplinares y sociales tiene garantías
de éxito.
En el planteo de Dewey,
los intereses adquieren una dimensión más social y buscan movilizar en los
estudiantes el deseo de cooperar y trabajar en conjunto con el fin de ir
adquiriendo un comportamiento democrático.
Si bien el concepto de interés
ha sido reinterpretado a la luz de diferentes marcos teóricos y momentos
históricos, siempre apareció ligado a dos ideas: la motivación y el entretenimiento.
Sabemos que el
aburrimiento, la ausencia de sorpresa y la lejanía de las propias necesidades
suelen asociarse a la apatía y a la falta de disposición afectiva positiva para
el aprendizaje. Son muchas las prescripciones y los consejos que se han
sugerido en torno a esta cuestión a la hora de diseñar actividades.
El aburrimiento suele
asociarse también a la noción de rutina, noción que es importante mirar
desde su doble perspectiva.
Si bien es cierto que
las rutinas son acciones repetidas que implican un cierto grado de mecanización
y, muchas veces, atentan contra la creatividad de estudiantes y docentes, en
algunos casos, son necesarias y educativas.
Una rutina es nociva
para el aprendizaje cuando provoca conocimiento ritual, vaciado de sentido,
inerte. Pero si el objetivo de una rutina determinada es ayudar a construir
ciertos hábitos de trabajo o aprender a abordar sistemática y ordenadamente
algún contenido, problema, etc., dicha rutina se convierte en un recurso
estructurante de la experiencia.
Al respecto, Ph. Meirieu
(2005) considera que crear rutinas en relación con el trabajo preciso que
implica —constancia; respeto de horarios y espacios; articulación entre
tiempos, espacios, actividades y participantes— equivale a realizar un
ejercicio de socialización y democracia. El desafío está en pasar de la rutina
impuesta por el docente, progresivamente, a las rutinas creadas por los
estudiantes para sí mismos. Cuando uno es dueño de su propia rutina, tiene
también que aprender aprobarla, a observar si funciona, a modificarla y a
comprometerse con el cumplimiento de ella.
Finalmente, algunos principios
para tener en cuenta en el momento de planificar las estrategias de enseñanza con
el fin de promover aprendizajes significativos:
·
Acordar con los estudiantes las metas
de aprendizaje. Estas deben ser precisas y explícitas de tal modo de intentar
establecer entre profesores y aprendientes un compromiso de tarea en común. El
discente tendría que implicarse y asumir una responsabilidad creciente por su
aprendizaje.
·
Crear situaciones que requieran del
uso del conocimiento de los conceptos, de los fenómenos, principios, de las
reglas y los procedimientos de las disciplinas en diferentes contextos.
·
Plantear la producción de tareas
genuinas y de problemas reales propios de las disciplinas con el fin de
promover la interacción con el mundo real.
·
Orientar hacia el uso de materiales y
fuentes variadas tanto para obtener información como para producir distintos
tipos de comunicaciones.
·
Desafiar a los estudiantes con tareas
que vayan más allá de sus habilidades y sus conocimientos, lo cual implica
proponerles actividades que puedan resolver con lo que ya tienen y saben, pero
también, actividades para las cuales necesiten buscar nueva información, nuevas
maneras de solucionarlas.
·
Estimular la producción de soluciones
alternativas.
·
Promover el desequilibrio cognitivo y
la sana cautela respecto de la con-sideración de las verdades establecidas,
·
Elaborar dispositivos de
diferenciación: según el contenido, según los aprendices, según el contexto.
·
Favorecer diferentes usos del tiempo,
los espacios, las formas de agrupamiento.
·
Promover la evaluación continua: la
autoevaluación, entre pares, la del docente, escrita, oral, etc., que a su vez
involucre instancias de meta-cognición, es decir, de reflexión de los
estudiantes sobre sus propios modos de aprender y sobre lo aprendido.
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